Alguna vez te has preguntado por qué los productos de hoy en día duran cada vez menos, cuando los productos que se fabricaban antiguamente estaban hechos para durar toda la vida. Por ejemplo, bombillas fabricadas en 1911 siguen funcionando a día de hoy, mientras que bombillas actuales solo duran 1.000 horas. Este es el caso de la bombilla del parque de bomberos de Livermore en California (Estados Unidos), que lleva funcionando desde 1901 hasta día de hoy. Esto tiene una explicación y se llama obsolescencia programada.
La obsolescencia programada es la programación de la vida útil de un producto desde el proceso de fabricación, para que dicho producto se vuelva inútil pasado un periodo de tiempo determinado previamente o incluso, poder limitar el número de usos de dicho producto, por ejemplo, que una impresora al alcanzar las 10.000 copias, deje de funcionar.
¿Cuál es el origen de la obsolescencia programada?
Como cada historia, todo tiene un principio. En 1924, una reunión de los principales fabricantes de bombillas en Ginebra alumbró el cártel Phoebus, cuyo objetivo era repartirse el mercado mundial. En ese momento, firmaron un documento por el que se comprometía a limitar la vida útil de sus productos a 1.000 horas, ya que previamente sus productos podían durar entre 1.500 y 2.000 horas. Además, el acuerdo establecía que si algún fabricante violaba esta norma sería duramente penalizado.
Todo esto con el fin de conseguir mayores beneficios económicos. De esta forma, nacería el primer pacto a nivel mundial para establecer de manera conjunta e intencionada la duración de un bien de consumo y con ello se oficializaba una nueva era del consumo.
Causas de la obsolescencia.
Para poder poner en práctica dicha obsolescencia en los productos, se crearon diferentes maneras de hacerlo, no siempre de forma abrupta y radical, sino que existe también modos más sutiles y menos perceptibles.
- Fallo de algún elemento: En este caso, alguno de los componentes de un dispositivo empieza a fallar de forma repentina y no permite que el producto funcione. También se da el caso de que el dispositivo ya no funcione como antes y de problemas.
- Ausencia de repuestos: Este caso es el más habitual. Si un producto se estropea, una solución es intentar repararlo, pero nos encontramos con que no existes piezas para dicha reparación.
- Incompatibilidad: Otro de los casos más habituales. Puede que no podamos seguir usando un determinado dispositivo porque ya no es compatible con una nueva tecnología o por actualización de esta.
- Consumismo: Nosotros mismo podemos ser causantes de la propia obsolescencia, ya que algunas personas ven la necesidad de cambiar de producto cada poco tiempo, solo porque ha salido una nueva versión con algunas mejoras, aunque el modelo anterior siga funcionando.
- Caducidad: Este caso es aplicable en alimentos y medicamentos, los cuales están obligados a tener una fecha de caducidad, pero si puede ocurrir que se adelanten dichas fechas para incentivar las ventas.
- Ecológico: En este caso, podemos querer cambiar un producto por otro que sea más ecológico y respeta el medio ambiente, aunque realmente no nos haga falta.
¿Cómo nos afecta?
La obsolescencia programada es un hecho que afecta a todos los usuarios en cualquier ámbito de la vida. En la era actual de la tecnología podemos ver miles de ejemplos donde se pueden encontrar este tipo de práctica.
Seguramente, todos hemos tenido alguna vez algún equipo tecnológico que después del paso de unos años, había dejado de funcionar o no lo hacía tan bien como al principio. No solo por el hecho de las baterías que fuesen perdiendo su eficacia, sino que dicho dispositivo ya no nos aporta las mismas garantías ni prestaciones que al principio.
El problema más importante es que dicha práctica la hemos asumido como algo normal, y esta es la gran conquista de la obsolescencia programada, que normalicemos que un producto no es para siempre.
¿Es legal?
No existe ninguna ley a nivel global y mucho menos a nivel europeo que regule de alguna manera la obsolescencia programada.
Por esta razón, muchos países dentro de la Unión Europea han incorporado una serie de normas en su territorio para solucionar estos comportamientos en las empresas.
En España, existe un Real Decreto 110/2015 sobre residuos que en su Artículo 6 dice:
“Los productores de aparatos eléctricos y electrónicos (AEE), de sus materiales y de sus componentes, deberán diseñar y producir sus aparatos de forma que se prolongue en lo posible su vida útil, facilitando entre otras cosas, su reutilización, desmontaje y reparación.”
Ecuador aprobó en 2016 una ley para comprobar los productos adquiridos de Estados Unidos no sufran obsolescencia programada. La cual en caso de cumplirse se le aplicarían a dicha empresa sus correspondientes sanciones administrativas y penales.
Otros países de la Unión Europea como Francia, aplican también ciertas medidas con respecto a este tema. Incluso el Parlamento Europeo pidió a la comisión europea en el 2017 que todos los países que forman parte de la Unión Europea llegasen a un acuerdo para poder regular esta práctica.
Finalmente, nunca se ha llegado a proceder con dicho acuerdo, aunque el tema se ha hablado varias veces en la Comisión Europea. La única normativa al respecto habla del tiempo de disponibilidad de las piezas de repuestos de los electrodomésticos, que deben ser mínimo de 7 años. Aunque no están obligadas, pero muchas empresas han tomado como iniciativa propia cambiar esta práctica y fabricar productos más duraderos.
Está claro que la obsolescencia programada afecta a los consumidores, principalmente en lo que tiene que ver a la economía y a los hábitos psicológicos. Se entra en un bucle de usar, comprar y tirar constantemente y un deseo por “tener la última versión o la más moderna”.